jueves, 8 de mayo de 2014

Un poco de Jazz en Mexico. . .

El 5 de marzo debería ser fiesta nacional. Ese día, en 1954, se llevó a cabo la primera gran sesión de grabación de jazz en México para Orfeón, sello importante por donde se le vea. Fue producida (léase patrocinada) por Roberto Ayala, aficionado del síncope de la nueva música y chalado visionario, uno de pocos que traían discos desde Estados Unidos y que habían hecho una especie de secta cuyo primer y último mandamiento era “amarás el jazz sobre todas las cosas.” La idea era, de una vez por todas, llevar música importante y moderna a los escuchas mexicanos, que el capricho de los locos y los inquietos entrase en la vida de cualquier hombre de a pie.

El jazz no se convirtió en plaga, pero al menos las señales de humo habían sido captadas por los de ojos y oídos aguzados. Las grabaciones eran impolutas y los ejecutantes, superiores: Héctor Hallal “El Árabe”, quien había girado por los Estéits durante años, era el saxofonista tenor; Mario Patrón, costeño, milagro, tocaba el piano junto a Pablo Jaimes, que había estudiado por años a Art Tatum; César Molina, pulmones prodigiosos y cerebro diligente, y Pepe Solís, quien había tocado en la big band de Everett Hoagland, eran las trompetas; el contrabajo corría a cargo de Víctor Ruiz Pasos, músico prolífico y de larga carrera; Tomás Rodríguez y Román López tocaban el saxofón como si hubiesen nacido con él ya pegado a los belfos; y el mítico baterista Tino Contreras, que había ido a Harlem a los 19 y regresado con las manos llenas de mugre y jazz, haciendo de las suyas.

No se podía pedir mejor grupo. Estaban los mejores, los más rodados, los que habían ido y regresado, los del nombre en la marquesina del circuito de bailes. Esta era una selección mexicana hecha para ganar.


Las fotos de la sesión delatan a unos hombres entecos y enmostachados, con elegantísimos greguescos y camisas no muy nuevas, que podrían pasar por transeúntes ordinarios de no ser porque no caminaban como la gente normal: daban pasitos sincopados, chasqueaban los dedos, se golpeaban los muslos como llamando a la chica de viernes diciendo ven siéntate acá y miraban hacia el suelo para poder concentrarse en las notas que sonaban en la cabeza más que en las caras que se cruzaban en su camino. Eran seres nocturnos, suspicaces, hiperestésicos.

Eran lobos. Habían visto el futuro y tenían que contárselo a alguien. De hecho, ya se habían tardado. Tal vez demasiado. En otros lugares el futuro había llegado hacía décadas y el hombre de a pie participaba de él.

La primera grabación de jazz en México es un batiburrillo muy rico de viejos standards, versiones de canciones muy mexicanas y grandes composiciones originales de estos canis lupus modernistas. De Pennies from Heaven y I’m in the Mood for Love se pasa con gracia y naturalidad a Cuando vuelva a tu lado o Bésame mucho. George Gershwin le da la mano a María Grever y Benny Goodman a Consuelo Velázquez. Jeepers Creepers se toma un trago con Contigo a la distancia y el mundo está en orden.

Y las novedades: el Minueto en La de Tino Contreras, descrito en las notas como jazz barroco; Cuerdas tristes de Víctor Ruiz Pazos acariciando su hipado contrabajo con un arco de violín; las bailadoras Mambo en Blues de Mario Patrón, Viernes a las nueve de Héctor Hallal y Rumbola de Contreras; la genial Casbah de Mario Ruiz Armengol, homenaje al cafetín de bohemia avanzada donde se reunían los músicos, los artistas y los lobos a contar historias de la ciudad.

Como dicen las notas interiores de la edición de álbum triple que lanzó Orfeón en 1969, eran “diez músicos y una idea”. Visto hoy sorprende por muchos motivos. El primero, su maestría y pasión desaforada. Segundo, su calidad interpretativa que lo hace un documento histórico sobresaliente y un paso obligado a revisar en la historia de la música popular mexicana. Tres, su intención de conciliar la tradición con lo moderno. Las grabaciones suenan importantes, como si supieran que nunca van a envejecer y que, si lo hiciesen, lo harían con enorme dignidad.

Por otra parte, sorprende también que estas sesiones sean una fotografía nítida de un momento extraño: la vanguardia autóctona palidecía, tal vez, ante el bebop y los excesos que ya se practicaban en otras latitudes (el On the road de Kerouac había sido terminado tres años antes, aunque fue publicado hasta 1957.) Pero, después de todo, era una vanguardia en nuestro contexto, un primer acercamiento a un sonido que había llegado a México por la frontera norte hacía muchos años pero que se quedó en pequeños tugurios vaporosos y tardó bastante en acercarse al centro, perdiéndose en carreteras y moteles de paso. Este fue, como también dicen las notas del disco, “el principio, la brecha que abrió el camino al jazz en México.” Jass it up, boys!

jueves, 27 de marzo de 2014

El Misterio de Jack Purvis

Hoy ya nadie se acuerda de Jack. Todos los que lo conocieron están muertos.

Esta historia que te voy a contar la llevo guardando mucho tiempo en mis entrañas, así que ya es hora de que salga a la luz. Ya no importa. Más tarde o más temprano, también la olvidarás. Sólo unos pocos disfrutamos con esos sonidos y después desapareció, engullido por los nuevos.

Fue ya hace mucho tiempo, mucho tiempo... incluso me parece mentira decir que fue en otro siglo, ya que a mí me sigue pareciendo tan moderno, tan moderno...

Si muchos de los músicos de Jazz de los años 30 eran bastante pintorescos sobre todo contemplados con el paso de ese tiempo, tanto tiempo... el trompetista de raza blanca Jack Purvis (1906-1962), es el más pintoresco, bohemio y estrafalario de todos ellos. Eran los tiempos de los pequeños combos, cuando los breaks o los solos de los músicos de Jazz sólo duraban unos segundos... pero qué segundos maravillosos!

Jack es un misterio. Y después de este homenaje o lo que sea, seguirá siendo un misterio. Ya te lo he dicho: todo el que lo conoció o escuchó está muerto y enterrado.

Sólo he visto una foto, tan vieja que se estaba rompiendo a trozos cuando la vi, pero ahí estaba Jack Purvis. Con su trompeta entre las manos, y no vayas a pensar mal, posando junto a otros presos de la prisión de Huntsville, en Texas. Un tipo joven y guapo, y que está sonriendo con toda la cara.

Parece estar disfrutando del momento. Fue en esa prisión en donde empezó a destacar como músico en la banda de la penitenciaria.  No se sabe por qué estaba allí por unos años. Parece ser que le partió la cara a algún hijo de uno de esos nuevos ricos por el petróleo.

Todo se paraba cuando hacía alguno de sus solos. Hasta los guardias le habían cogido cariño a Jack. Cuando le llegó el momento de la libertad condicional, Jack trató de buscar trabajo como músico y, al no encontrarlo fuera de la cárcel y no poder tocar con otros músicos, decidió volver a ingresar para poder seguir tocando con sus compañeros: tan fuerte era su vocación. Parece que no tuvo que esforzarse mucho en ser admitido de nuevo, pues conocía bien el camino del centro penitenciario.

Fuera de la cárcel, en régimen de libertad, la manera de ser y la conducta de Jack Purvis fue siempre entre misteriosa y errática. Se recorría todo el país, cambiando de domicilio y de nombre.

Dicen que incluso cambiaba de pinta utilizando todo tipo de disfraces. Otros dicen que tenía malas compañías. Gángsters y traficantes de marihuana que había conocido en la frontera.

Tuvo más de una pelea o persecuciones que acababan de mala manera, y así toda una serie de actividades que no tenían que ver nada con la música, o tal vez sí, quién sabe.

A pesar de todo esto, como trompetista de Jazz, Jack Purvis poseía una rara cualidad que le hacía especial y diferente a los demás: una tremenda y genial inspiración para improvisar y con una técnica que llamaba la atención de quien le escuchaba, que se solía quedar con la boca abierta.

Jack no tenía ni puñetera idea de leer música ni nada de eso. Lo que había aprendido, lo había aprendido solo y sin profesores o espejos musicales donde mirarse.  En la cárcel. Y era en la cárcel en donde Jack Purvis era feliz.

Así que hasta 1935, Jack estuvo entrando y saliendo de Huntsville, tocando con sus amigos en la cárcel y bebiendo whisky casero con los guardias...

La madre de Jack había muerto cuando éste era todavía un niño y se había pasado años en diferentes reformatorios, donde aprendió a tocar la trompeta y el trombón. Ya en 1921 estaba tocando en bandas de instituto de Kokomo y en 1923, siendo todavía un adolescente ya tenía un contrato en Indiana.

El siguiente paso en el mapa sería Lexington, con los Nightawks y después se va a la zona de Nueva Inglaterra, donde forma parte de la banda de Bud Rice y también con Whitey Kauffman. Tras un período tocando el trombón con el combo de Hal Kemp, decide pasar un año entero en Francia, donde toca en varios clubs con George Carhart y vuelve a los Estados Unidos para tocar la trompeta esta vez, otra vez en la banda de Hal Kemp.

Su estilo es como su vida, solos llenos de cambios y fiereza, y con un sonido propio que bebía de Pops Armstrong.

Le empiezan a llamar para sesiones de grabación con diferentes bandas en los siguientes meses y parecía que un futuro prometedor se avecinaba.

Y así es... La fama y el dinero le esperaban en California donde se codea con los hermanos Dorsey y los California Ramblers, comparte jam sessions y conversaciones sobre los arreglos con Fletcher Henderson, le llaman para programas de radio, toca con Charlie Barnett y Fred Waring, y hasta hace colaboraciones con los estudios de Hollywood y la gran orquesta de George Stoll en una maravilla llamada "Leyendas de Tahiti".

Unos años antes, en Francia, ya había mostrado su interés por los viajes a lugares remotos y por el pilotaje de aviones, del que recibió lecciones.

En 1935 vuelve a Nueva York para tocar con Frank Froeba en formato cuarteto y con la orquesta de Joe Hymes, pero semanas después, Jack Purvis desaparece de la escena... y la leyenda empieza a escribirse. La lógica nos lleva a pensar que Jack Purvis prefirió quedarse con la profesión de piloto de aviones, pero también pudo ser un chef de un restaurante de Los Angeles, o en un paradisíaco lugar de Bali. Otros dicen que se fue como mercenario a Suramérica...

En 1937, Jack Purvis entró en un local de San Pedro, California, y empezó a tocar la trompeta para que le contrataran. Se presentó al líder de la banda como Jack Carson y le contó la historia de que había estado tocando en un gran transatlántico, huyendo de la investigación de un asesinato. Unos meses después le encontramos como cocinero en Texas, hasta que le detienen por robo en El Paso.

El 30 de Septiembre de 1946 Jack Purvis es puesto en libertad y le dice adiós a sus compañeros en la cárcel: The Rhythmic Swingers. No volvería jamás a tocar la trompeta...

Siguió ejerciendo de piloto por un tiempo, también carpintero y en la ciudad de San Francisco se dedicó a arreglar viejas radios. Algunos dicen que se suicidó en 1962.

Un tipo que se parecía mucho a él apareció en un concierto del trompetista Jim Goodwin y cuando le preguntaron quién era dijo: Jack Purvis. Los dos mantuvieron unas interesantes conversaciones sobre viejas batallitas de músicos de jazz que se convierten en misterio. Era 1968.