Verano de 1986, La Laguna. Aquella era una noche especial. Siempre es especial ir al norte de la bella isla... pero aquella ocasión tenía todas las trazas de ser una noche histórica.
Con la música a todo volumen en el coche subimos a la Universidad de La Laguna y entramos a la explanada que estaba preparada para el concierto. Había un montón de gente e iban llegando más y más. Habíamos comprado unas entradas bastante baratas y la verdad es que el sitio no estaba mal.
Se apagaron las luces y un montón de músicos empezaron a salir. Era una orquesta de más de veinte músicos vestidos con chaqueta blanca, en una de las esquinas del escenario se veía un piano, aún a oscuras, y en la otra esquina cuatro coristas elegántemente vestidas tomaban su sitio. Se encienden las luces y aquella orquesta empieza a tocar algunos conocidos standards de jazz conocidos por todos.
Cada vez más alto, y cada vez con más ritmo y pasión, todo el público se les entregó y empezó a bailar y a tararear aquellas canciones que están en el subconsciente de todos. La noche se empezaba a llenar de sudor y de diversión. El olor que llegaba de las gradas denotaba que era lo que se estaba fumando.
A los 30 ó 35 minutos de concierto de aquellos músicos increíbles, en el escenario se hizo un silencio muy pronunciado y todas las luces del recinto se apagaron. Se notaba una emoción increible. De repente, sonaron unas notas de piano, era algo clásico... Tal vez Chopin. Y un foco de luz se encendió, dirigido al piano de la esquina. Allí estaba un viejito con gafas de sol y encorvado sobre el instrumento. Un rugido surgió de las gradas y otra vez el silencio para no perder detalle.
Aquel tipo, aquel señor, pasó de aquellas notas clásicas a un clásico de su repertorio... Y entonces yo me derretí, se me puso la carne de gallina y los pelos de punta... Creo que incluso lloré... Fue uno de esos momentos mágicos. Inolvidables. Ya no podía estar quieto. Las luces se encendieron y toda la orquesta empezó a tocar con él...
Era Ray Charles, ese especialista en unir tantas cosas buenas, esa voz con tantos matices diferentes. El músico que revolucionó el R & B tomando retazos del gospel y con un estilo inimitable. Transfiguraba las canciones y las hacía suyas. Le dio vida al country, al blues, al jazz, a los sonidos más calientes de todos... Hacía auténticas recreaciones de canciones mil veces oídas pero que con él sonaban diferentes. Músicas de medianoches que parecen no acabar nunca. Big Bands como aquella que estaba delante de mí, secciones de cuerdas que lo convertían todo en algo parecido en un sueño. Talento y perfección fanática en un solo cuerpo.
Desde Albany, Georgia en aquel día 23 de Septiembre de 1930... Desde aquellos días en Florida... Desde el McSon Trio con G.D. McGhee a la guitarra y Milton Gared al bajo o cuando se cambiaban el nombre a The Maxim Trio, porque todos bailaban sus canciones... Desde aquellos duos con Betty Carter o con The Raelets con la maravillosa Margie Hendrix...
Influenciado por los que eran sus ídolos: Nat King Cole, Charles Brown y el pianista mágico; Art Tatum... Aquellas giras con Lowell Fulsom o sus desconocidos solos con el clarinete...
Sus contratos discográficos con Downtime y Springtime Records. Su gloriosa etapa con Atlantic o con ABC Paramount... Maravillosas canciones propias como Leave my woman alone, I had a dream, o Black Jack y It's all Right...
Era Ray Robinson Charles que nos dejó en el 2004. El Ecos de Sociedad tuvo la suerte de estar allí, aquella noche lagunera de hace 20 años.
Ray Charles Take one!!! Eso era lo que gritaban antes de que empezara a grabar las canciones que aún siguen emocionando.